CAOS

NADIE PUEDE DECIRTE QUIÉN SOS

Estoy viviendo en una casa que pago con el sueldo que gano haciendo lo que me gusta. La casa no me gusta ni un poco. Se lo digo todos los días, sutilmente, tirando cosas al suelo, incluso yo estoy en el suelo, en el colchón que puse acá, en el living, para escapar de la habitación. Odio esa habitación, no entra la luz. Antes la luz no era problema, brotaba de mí. Ahora estoy apagada como el cigarrillo que dejé abandonado en un plato sobre la mesa de la cocina. No es el único plato, hay un montón, y están todos sucios. También hay botellas de vino de fiestas a las que me invité solo a mí. De eso sí no me puedo quejar, en esta casa hubo fiestas en cantidad. Fiestas para llorar toda la noche como una imbécil, y fiestas para reír de haber llorado toda la noche como una imbécil. Fiestas de abrazar a la almohada mucho más de lo que a mí me abrazaron de chiquita, y de preguntarle, de curiosa nomás, si me iba a ayudar a limpiar el desastre que dejaban esas fiestas, o por lo menos a dormir, para no pensar en el desastre. En esta casa duermo mucho y muy mal. La gente no se da cuenta del daño que me hace este lugar, porque a pesar de las ojeras oscuras, sonrío. Soy la chica de los ojos más tristes del mundo con la sonrisa más alegre de la ciudad. La casa me hace daño y yo le hago daño a la casa. Somos ambas lo mismo y por eso nos necesitamos.  

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