'Usted no podría jamás quitarse de encima el amor, comienza, rompiendo con ella misma el silencio en menosprecio de las reglas freudianas elementales. Nosotros venimos de allá, del enlace, nacemos acordonados como los alpinistas, amarrados a un vientre, un alma, las tripas, una voz, nosotros venimos de a dos, nosotros morimos solos, esa es una certeza, y para nacer es necesario pasar por un desgarramiento del que no tenemos idea. si es de este amor del que usted habla, no hay nada que hacer, está en sus pulmones, su cerebro, en lo más mínimo de sus gestos, la preexiste a usted y sin socorro alguno de ningún dios él está enraizado en usted como la marca del primer enlace, Y también si su madre la hubiera rechazado, abandonado, odiado, lo que yo llamo acá 'amor' es la posibilidad de un soplido que hizo de usted un ser viviente antes, vivo y esperanzado.'...
Anne Dufourmantelle, también podemos decir una manifestación humana. Alguien que tomaba riesgos, el riesgo de amar, de vérselas con el deseo, esa fuerza vital que nos empuja a estar vivos. Con la potencia de la dulzura, escribía la complejidad y alojaba la contradicción. Practicaba una ética del contratiempo, acentuar lo débil para que se vuelva fuerte, una escucha atenta y delicada en busca de una traducción que inventa una lengua propia: “Pasar del horror al lenguaje, del estupor de la infancia a la escucha de lo que en nosotros nos habla de otra cosa”.
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