Con la caída de Napoleón III en 1870, Francia vive sumida en un clima de decepción, estancamiento económico y convulsión política. Este sentimiento de frustración social, que afecta notablemente a la literatura del llamado "fin de siècle", cristalizó en un movimiento literario que rompió con la tradición del naturalismo para continuar la senda abierta por Baudelaire, primer impulsor de las ideas seminales modernas. Aunque fueron llamados peyorativamente por la crítica de la época los "décadents", en realidad son los primeros escritores auténticamente modernos, que se apartaron de los usos literarios del pasado. En 1890, Paul Valéry los definió como unos artistas ultrarrefinados, de vocación minoritaria, que se protegían contra el asalto de la vulgaridad. En efecto, tanto Théophile Gautier como Isidore Ducasse, Barbey d'Aurevilly, Jean Richepin, Villiers de l'Isle-Adam, J.-K. Huysmans, Jean Moréas, Marcel Schwob, Léon Bloy, Pierre Louÿsm Stéphane Mallarmé, Jean Lorrain y Octave Mirbeau, cada uno a su manera, se rebelaron contra las normas sociales burguesas, su vulgar utilitarismo, hipocresía y rancia apetencia de realismo, para reafirmarse en unas pautas estéticas nuevas, modernas. Pero si fue París la urbe que inauguró y fecundó esta nueva sensibilidad artística, Londres se sumaría a ella en la última década del siglo XIX, aunque William Beckford ya hubiese anticipado rasgos muy similares a finales del XVIII. Inspirados en la fórmula del "art pour l'art", florecieron nuevos modos de expresión artística, capitaneados por Oscar Wilde -y seguidos muy de cerca por Max Beerbohm y Aubrey Beardsley-, que desafiaron las convenciones del gusto y la moral victorianas, y que tendrían su más perfecto colofón a principios del siglo XX en el siempre desmesurado Aleister Crowley.

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