Eterna Juventud, el jinete mapuche que protagoniza esta aventura, le cuesta creer que haya indios que se diviertan con la guerra. Las batallas lo aburren e incomodan tanto como la sociabilidad agresiva que se despliega en la toldería cuando los indios se abandonan al placer del vino y la chicha. Lo suyo es la recolección de cabecitas parlantes, pequeñas piezas alojadas en cuevas y bosques, o a la orilla de una quebrada, que se alzan como un verdadero regalo del cielo para combatir los males del tedio. ¿Cómo curar el aburrimiento? Esta pregunta atraviesa toda la vida de Eterna Juventud, el sobrino de Cafulcurá que, sin saber cómo ni por qué, es designado por la tribu para ordenar los problemas de mayor a menor. Sí, por más que lo critiquen a sus espaldas por pasarse el día en las cavernas rebuscando objetos inútiles en lugar de dedicarse a los viriles pasatiempos de la equitación, la caza y el ocio, le reconocen una capacidad especial para resolver conflictos. Incluso Cafulcurá recurrirá a él al momento de emprender la aventura imperial que lo llevará a las pampas argentinas y a un contacto más cercano, y decididamente más conflictivo, con el hombre blanco.
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