El oficio son dos libros: en el primero, Dovlátov cuenta su vida en la Unión Soviética antes de emigrar; en el segundo, cuenta su vida de emigrado en Estados Unidos. Las anécdotas, a veces desopilantes, a veces tremendas, le dan ritmo a una vida caótica marcada por el deseo de todo escritor de publicar sus obras; de manifestarse, de ser; en pocas palabras: de ejercer su oficio. En sus afirmaciones, Dovlátov es concluyente: “Estoy convencido de que con Gógol tenemos los mismos derechos”, y precisa: “un derecho imprescriptible. El derecho de publicar lo escrito. Quiero decir, el derecho a la inmortalidad o al fracaso”. La literatura de Dovlátov no se lee entre líneas; no hay retórica ni altisonancia, Dovlátov es un amigo que entra en nuestra casa con una botella de vodka y se sienta a conversar con nosotros. Nos hace reír, llorar, hasta podemos enojarnos con él; pero al final nos convence y nos alista en su ejército de entusiastas.
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