En la segunda mitad de 1989, cometí el error (la imprudencia, fascinado, como una niña proletaria, por las luces benjaminianas de los pasajes de Lutecia) de aceptar, después de un duro trámite, una beca en París. Lo que sigue es una crónica fragmentaria de los infortunios y sinsabores que tan insensato desplazamiento me causó, montada a partir de una charla con María Inés Aldaburu.
N.P.
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