Las relaciones humanas en el Sanatorio se vuelven cada vez más insoportables. No se puede negar que sencillamente hemos caído en una trampa. Desde mi llegada, luego de haber demostrado cierta apariencia de hospitalidad, la dirección ni se molestó en darnos algún tipo de atención. Estamos destinados a cuidarnos solos. Nadie se preocupa por nuestra necesidades. Hace tiempo comprobé que los cables de los timbres eléctricos se cortan inmediatamente detrás de la puerta y no llegan a ningún lado. El personal de servicio ni se ve. Los pasillos están sumidos día y noche en la oscuridad y el silencio. Estoy convencido de que somos los únicos huéspedes y de que las expresiones discretas con las que la enfermera cierra las puertas de las habitaciones cuando entra o sale son simplemente un engaño (del relato "Sanatorio La Clepsidra").

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