John Burnside tiene una destreza velada para las consonancias, disonancias y sonoridades polisémicas del inglés, pero dispone en estrofas desiguales y acentos cambiantes unas frases que se extienden por muchos versos como un pensamiento tras las pistas de algo. En ese itinerario el poema recoge realidades de pueblo rural ya urbanizado, tiendas, bares, labores no ínclitas de periferia del campo, animales, árboles, dones y disgustos de las estaciones, ritos comunitarios, y se carga de un sentido de lo subliminal, de lo provisional, lo transformativo que resulta en “nada sino indicios y rastros”. En momentos de percepción sin guía, de soledad insomne, el paisaje palpita y deja vislumbrar figuras “que no están ahí / pero no son inexistentes”, como si la comunidad abriese una puerta a lo que tiene dado pero no puede corporizar. Si son ángeles (esto es Escocia), de todos modos no sancionan, no amenazan, no protegen. Podrían ser meras estampas urdidas por el clima.
Marcelo Cohen
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