Un soldado alza la vista al cielo, el otro lanza una mirada de costado. Los dos se encuentran apretujados, uno contra otro, confrontan sus soledades atemorizadas. ¿De dónde vendrá el peligro? Los pintó Ambrogio Lorenzetti, como en estado de urgencia, en el fresco que se da en llamar del "buen gobierno". Fue en 1338, en el Palacio Público de la República de Siena, mientras merodeaba el espectro de la tiranía.
La pintura de Lorenzetti presenta nada menos que un programa político de una audacia pasmosa, pues proclama lo que es o debería ser la clave de toda república: si un gobierno es bueno, no se debe a que lo inspire una luz divina ni a que se encarne en hombres de calidad. Se debe simplemente a que produce efectos benéficos sobre cada uno, concretos, tangibles, en el aquí y ahora, que todo el mundo puede ver, de los que todos disfrutan y que parecen inmanentes al orden urbano.
Patrick Boucheron se ocupa de esta imagen, no tanto para hacer su historia o descifrarla a la manera de los jeroglíficos, sino para comprender su poder de actualización, que desborda el contexto ardiente de su realización para enfilar directamente hacia nuestros días. En este sentido, afirma: "Quién no ve, hoy, que la democracia está subvertida y que de nada sirve —salvo para tranquilizarse— describir esa amenaza como un retorno de las ideologías asesinas. Ahora bien, a esa sorda subversión del espíritu público, que corroe nuestras certezas, ¿cómo llamarla? Cuando faltan las palabras de la réplica, uno está verdaderamente desarmado: el peligro se torna inminente. Lorenzetti también pinta eso: la parálisis ante el enemigo innombrable, el peligro incalificable, el adversario cuyo rostro se conoce, sin que pueda decirse su nombre". El fresco del "buen gobierno" se constituye así como el relato febril de ese combate político siempre pronto a volver a comenzar.
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