"El tiempo lo destruye todo".
La frase que daba comienzo a Irreversible, la frenética cinta de Gaspar Noé, funciona de pivote al realizar un paneo sobre el nuevo libro de Almada.
Por un lado la destrucción: como en la película del francoargentino, Almada desnuda la miserabilidad del hombre: llámese acoso, hurto de bebés, apropiación del cuerpo ajeno, violación, desfiguración de rostros, asesinato y ocultamiento o femicidio, Chicas muertas escribe en carne viva tres asesinatos a adolescentes en la década del ochenta con denominadores comunes como la crueldad, la falta de culpables, la conmoción de un pueblo y la búsqueda kafkiana de la justicia a través del Estado.
Cambiando el plano, la negación de la frase. Almada demuestra que el tiempo, aunque lo intente, no siempre puede devorar lo que se le cruza, sobre todo cuando quiere digerir huesos sin sepultura. A partir de un recuerdo personal de uno de los casos, de una mancha imborrable -sin intenciones de ser borrada-, la autora realiza la investigación, entrevista a familiares y lee expedientes con el fin de que estos casos no sean olvidados.
Seamos modestos: el tiempo dirá. Pero la piedra ya está arrojada, la podredumbre ya se ha removido y los pájaros que vuelan asustados despabilan a los que quieren seguir durmiendo.
Obra de arte: Waterway de Zoe Hawk